En esta sección, publicamos en resumen las entrevistas de amigos y alumnos:
(4/4/1935 – 25/4/2005) Hemos dedicado éste espacio para recrear la memoria del Maestro Jerez. Con orgullo publicamos el contenido de entrevistas libres y estructuradas con familiares, amigos y alumnos.
Hernán Jerez Klopfer permanecía en silencio durante el entreacto de la ópera. Mientras el público aprovecha sus 15 minutos para estirarse y socializar, él separa la caña de su oboe para ajustarla. En aquella época se usaba papel baudruche en lugar del film plástico adhesivo para envolver el hilo que sujeta la doble lengüeta de madera al tudel. El material se sellaba entonces con esmalte de uñas, haciendo las veces de la cubierta de film transparente. Esmalte sobre papel, papel sobre hilo, hilo que une las piezas de madera al tudel de corcho, revestido internamente de metal, que encaja en el orificio superior del cuerpo del oboe. Alquimia. Magia indescifrable a los ojos del director del teatro, quien mira fijamente a Jerez remojando una y otra vez la brochita en el esmalte, pensando cómo es posible que en plena ópera se ponga este a pintarse las uñas. Aunque no tenía nada en contra de los homosexuales, ¡esto ya era inaguantable! y no pensaba seguir contratándolo como músico de la ópera. En privado, el director del teatro le comunica a Jerez su disconformidad con las prácticas estéticas en medio de una ocasión tan importante.
– “Espere un momento que voy a buscar algo al camerino”, es la respuesta del músico chileno.
En instantes regresa sosteniendo un estuche que podría pasar por equipo de costura de emergencia. Sin embargo, contiene los implementos para fabricar las cañas, mucho menos ordinarios de lo que parecen: navaja recta, paletas de madera, variedad de tudeles, hilo, espiga, alambre, mandril, cuchillas y regla.
Engalanados con todos estos artilugios e instrumentos se pasean, abstraídos, los oboístas manipulando, soplando, raspando, armando y embalsamando sus cañas. Para ellos es casi como cocinar; se saben la receta, cuándo les va a salir bien y cuándo no, cuántas veces la navaja debe acariciar la paleta y cuántas vueltas se le da al hilo para unir la paleta al tudel. Metódico. Preciso. Secuencial. Como los relojeros con sus lupas, pinzas, troqueladoras y destornilladores. Aunque las probabilidades que tienes de ver a un relojero trabajando son mucho más altas que ver a un oboísta haciendo alquimia de cañas. Y entender cómo funciona la maquinaria de un reloj con un par de vídeos en YouTube ni siquiera es comparable con tratar de identificar todas las partes de una caña, por qué están dispuestas de esa manera y cómo afectan la ejecución del instrumento al funcionar como conducto para soplar el aire y emitir sonidos mediante la vibración de la lengüeta, mientras se presionan las llaves con los dedos. Cualquiera que deba practicar diariamente un ejercicio con tal grado de complejidad, perdería la paciencia de inmediato y daría una respuesta ufana si alguien lo compara con algo tan mundano como pintarse las uñas.
Pero Jerez -a quien su primer profesor de oboe le daba la espalda cuando arreglaba las cañas para que no viera lo que hacía- es un maestro por naturaleza, así que le explica pacientemente al director del teatro esta curiosa ciencia y conserva su puesto de músico en la ópera. Fue antes de pisar Venezuela en 1974, como un eslabón más en una larga cadena de acontecimientos tan enrevesados como la confección de cañas: en medio del Régimen Militar de Chile, el violista Sergio Miranda se lanza al norte del continente con el propósito de crear una orquesta de niños. Llega a Barquisimeto, a la casa del artista plástico Jorge Arteaga. Arteaga le nombra al loco del Dr. Juan Martínez Herrera de Carora, odontólogo y bajo –por su voz cantante, no por enano– el único que podría hacerle caso a su proyecto. Martínez se entusiasma tanto con el ideal de Sergio Miranda que empiezan a recolectar roperos, mesas y sillas para construir violines. Otra de las locuras de Juan, director del Orfeón de Carora y creador de un incipiente movimiento musical. A finales del 74 Pedro Vargas y Hernán Jerez Klopfer, con su esposa e hijos pero sin oboe, huelen por primera vez una arepa venezolana. Traen consigo un contrato que sale de la Casa de la Cultura de Carora, refrendado por Martínez y el Dr. Domingo Perera Riera. Bienvenidos al corazón colonial de Lara, la cuna de artesanos textiles, vinicultores y ahora también grandes músicos. Allá donde está el cerrito de la Cruz. Carora, toda cultura, historia y sobre todo sol.
Con oboe de Carora y paletas para cañas de Trujillo, Jerez, que venía de ser profesor del Departamento de Música y Arte Escénica de la Universidad de Chile, oboísta y cornista inglés de la Orquesta Filarmónica de Chile y oboe solista del Quinteto Hindemith, pasa a enseñar a alumnos de flauta, clarinete, fagot y, por supuesto, a los futuros alquimistas de cañas. Después casi todos los instrumentos, pero al principio solo la madera. Por eso decían que los clarinetistas que enseñaba Jerez sonaban como oboístas, tenían un timbre distinto. Aunque la excusa era el instrumento, muchas veces sus clases terminarían en reflexiones sobre arte, filosofía, historia universal y política. Sobre la vida, pues. No le gustaba poner nota.
Antes de la creación de la Orquesta Nacional Juvenil por José Antonio Abreu, Jerez, con aquella nobleza marcando perennemente su semblante; arrancando sonidos oscuros en los graves, cálidos y dulces en los medios y brillantes en los agudos del oboe, se convierte en uno de los brillantes fundadores de la primera Orquesta Sinfónica Infantil de Venezuela. Comienza a sembrar él mismo su propio material y adquiere las máquinas para cortar, gubear y moldear la madera virgen de la que se obtienen las paletas. Surtía a sus alumnos con el material y enseñaba a elaborar las cañas del oboe –el instrumento que afina la orquesta–, desde la mata y el amarrado hasta la parte que se podía confundir con la manicura: el acabado final. El músico que se pintaba las uñas en plena ópera era el hijo de Balbino y Matilde, ahora en tierra extranjera. El alumno de Pedro Cocchiararo y Lido Guarnieri. El esposo de Agustina. El padre de Hernán, Álvaro y Boris. El profesor que le enseñó a Werners, Isabel, José Luis, Evelyn y Daniel cómo respirar para poder desprender algún sonido del oboe, esperando el día que estuviesen listos para enviarlos a ver clases con uno de los grandes en Caracas. Jerez amaba Venezuela y amaba Carora. Le encantaba el ajedrez y los conciertos para oboe de Albinoni, J. Haydn y Mozart. Se iba, emperifollado, todos los días en carrito de Carora a Barquisimeto –gracias al desarrollo vial ya no tenía que aguantar tantas curvas– para dar clases y les contaba a sus alumnos que en la época más ruda de la dictadura en Chile, cuando un músico faltaba a un ensayo o concierto, todos sabían que lo habían desaparecido. No lo verían más, por eso tocaban en su memoria el solo de oboe de la Sinfonía ’Heroica’ de Beethoven, pero nunca llegaban al final del movimiento porque uno por uno se iban quebrando y abandonando el lugar. Con la ’Heroica’ él mismo se despidió de sus alumnos en el Tocuyo en 1983. Con ese solo muchos también lo recuerdan hoy: un músico nacido para músico y muerto como músico. Una gracia especial. Alquimista de cañas (no confundir con manicurista). Ingenio grande en un pueblo pequeño que formó su propia cultura. Una historia pendiente.
«Recibí mi primera clase con Jerez en marzo del 1978, yo tenía 19 años. Era un alma Noble, como pocas. Estaba en continua búsqueda de su evolución espiritual, lo cual se podría evidenciar con sus lecturas de George Gurdjieff y Demiánovich Ouspenski, promotores del llamado 4to. Camino (doctrina metafísica y filosófica), también perteneció a la logia Masónica, donde alcanzó grados avanzados.
En lo referente al área musical, puedo decir con toda propiedad que el Maestro Jerez era un docente por naturaleza. Tenía ese Don de detectar esas cosas que debías mejorar.
Sus clases eran una charla interactiva donde conversábamos de temas diversos, relativos con el autor de una obra, su biografía, la época histórica, alguna anécdota de la obra, de su experiencia con la ejecución de la misma, y trabajábamos luego pequeños trozos complicados de la obra, y abordábamos aspectos de la expresión de la misma. Es bueno acotar que, cuando estaba comenzando a estudiar el instrumento, el maestro Jerez (El Profesor, como le decíamos) lo primero que trabajaba con nosotros era las Cañas, las revisábamos y las mejoraba constantemente, y había días en particular que los dedicábamos a la fabricación de cañas. Luego trabajábamos los métodos tradicionales y por últimos veíamos alguna obra ya fuera solista u orquestal
Fue mi profesor de oboe, trabajé con él también el corno Inglés (el cual interpreté por mucho tiempo en la Orquesta Sinfónica de Lara) y el oboe Barítono (que ejecuté en el Ensamble de Doble Cañas “Ébanos”); y también de interpretación musical. Y nunca dejaré de nombrar, que fue un excelente guía en lo referente a filosofía de la vida.
Una vez me comentó que su primer profesor de oboe (no recuerdo el nombre) no lo quería enseñar, y le pregunté que por qué decía eso, y me respondió, que cuando el Profesor le arreglaba las cañas se volteaba dándole la espalda, para que no viera lo que hacía. Hasta que el maestro Jerez se cansó y un día le dijo que se iba a retirar de su cátedra porque el en realidad no lo quería enseñar pues se volteaba para que no viera como se raspaban las cañas y se retiró. Luego más adelante recibió clases con el Maestro Argentino Pedro Cocchiararo y con él tuvo muy buena experiencias, declarando que este si era un excelente Profesor.
Amaba jugar ajedrez.
El maestro y su familia estaban comenzando a tener amistades y cierto domingo, organizaron hacer un paseo varias familias. Y cada quien como es lógico pondría algo.
El maestro Jerez tomó la palabra primero que todos y dijo ”Yo pongo la gasolina” el notó que todos hicieron un pequeño silencio y no le dijeron nada , luego siguieron poniéndose de acuerdo en lo que iban a llevar. Lo cierto fue que el día del paseo, salen las familias y se paran en la gasolinera a repostar gasolina, cuando llenan los tanques el profesor saca su cartera todo orgulloso para pagarle a todos la gasolina, cuando el Bombero de turno le dice la irrisoria cantidad a pagar, el Profesor se quedó frío y se puso rojo de vergüenza, pues él pensaba que aquí la cosa era como en su país, que la gasolina era por lo general lo más caro. Y durante todo el viaje no paraba de excusarse con los nevos amigos y prometió que en el próximo viaje correría con todos los gastos, cosa que más adelante tuvo la oportunidad de cumplir».
«No fueron muchas las veces que tuve la fortuna de encontrarme con el maestro pero recuerdo perfectamente que era un hombre muy sereno.
Hablaba con una cadencia pausada y se notaba que tenía una paciencia infinita.
Lo admiré de algún modo porque sabía había formado oboístas a quienes ya yo admiraba como Jaime Martínez, Werners Arocha y Miguel Rutigliano y con ellos todos los oboístas Barquisimetanos que fueron compañeros míos en algún seminario y luego en la Bolívar».
«Tenía mucha flexibilidad en su sonido. Tenía muy buena técnica. Las cañas que él realizaba en Carora eran muy buenas, con un raspado francés.
Una clase de él: Le gustaba que los chamos grandes tocaran de pie en las clases, les hablaba de filosofía y la parte espiritual de la música. Y a los pequeños les daba clases sentados, era más como un juego, comprendía la dinámica de los niños para reflejarla en el instrumento. Él siempre hablaba de ‘dirigir el aire’ cuando se toca. Exigía que los agudos en el oboe se tocaran más fuerte que los graves.
Recuerdo que él era una persona que trataba de comunicarse con los niños más pequeños como si fuera un videojuego en el que tienes que pasar niveles para ganar puntos, estos eran las lecciones de un método famoso que utilizamos todos los principiantes.
Tomaba café y después refresco como energizante, era fanático de la Coca Cola, porque “se cansaba mucho”. Tenía muy buen sentido del humor.
Le tenía mucho cariño a Carora y a los caroreños. Era paciente de acupuntura de mi mamá.
Comencé amarrando cañas con él. Era un señor muy respetado y querido en la comunidad. Yo fui al entierro, todos los oboístas le tocaron: Andor Sironi, Evelyn y los alumnos más lejanos.
Él tocaba como si fuera un cantante, tenía un solo único.
Lo que más aprendí del Maestro Hernán Jerez fue honestidad. Tenía 9 años cuando vi clases con él».
Una clase con el profesor Jerez era una experiencia reflexiva y siempre aprendía algo nuevo o concientizaba algo técnico. Era un momento en el que el sentido de la autocrítica se agudizaba y podía ver con mayor claridad mis errores o incluso si no había estudiado lo suficiente para dar la lección.
Siempre me hacía recordar que considerara las pausas y el silencio como parte de la música.
Era el momento de poner a prueba lo estudiado, y a pesar que el maestro no hacía críticas fuertes sobre las fallas, siempre me ponía algo nervioso por el respeto y el agradecimiento que le tuve por su dedicación.
Me ayudaba con las cañas, me dedicó varios meses hasta yo lograr hacer mis propias cañas ya casi a mis 16 años.
Yo participaba en la orquesta de Cámara Alirio Díaz de Carora como primer oboe. También era primer oboe invitado de la sinfónica de Trujillo.
Lo que mas recuerdo es la responsabilidad que tenía. A veces pienso que se esforzaba más por los demás que por él mismo en alcanzar algunas metas. Admiro su tolerancia y la paciencia al tratar con los alumnos, se diferenciaba de los demás maestros de musical.
Conversé toda una tarde con el profesor en el hotel Ávila en Caracas mientras se hacía unos exámenes por sus problemas cardíacos. Los temas que abordamos estaban relacionados a expandir el proyecto de la fabrica de cañas para vientos madera incluso hacia otros países. También los recursos para la Orquesta Infantil de Carora que estuvo por muchos años desatendida por no pertenecer al Sistema de Orquesta era algo que comenzaba cambiar. Él se sintió muy bien atendido en ese hotel y tomó esa estadía como unas vacaciones. Un mes después moriría por un infarto en la ciudad de Carora».
«Era esplendido y generoso. Un ser humano de primera. Inicié con él a los 19 años.
Lo más importante es que él te dejaba hacer, te daba libertad, no te imponía cómo tenías que tocar. Te daba las indicaciones pertinentes sobre musicalidad y técnica: “Cuidado con la caña… afloja la embocadura”. Él no era mañoso, aunque si te exigía.
Los primeros alumnos de oboe de él en Barquisimeto fueron Miguel Rutigliano, Isabel Vega y yo. Aquí en Barquisimeto no había ningún profesor de oboe en esa época, pero Hernán Jerez se venía en carrito todos los días desde Carora para darnos clases.
Por supuesto, me enseñó a fabricar las cañas desde el amarrado en el tubo hasta el raspado con la forma francesa. Él nos surtía el material, a mí nunca me vendió.
No le gustaba poner nota a las clases.
Con él tenía conversaciones de varios tópicos: a veces de la vida, de política».
«Hernán y yo establecimos un cariño mutuo grande que se dio hasta el día en que murió. Un gran cariño, un respeto musical, siempre dije que era un oboísta insigne, desgraciadamente nunca lo vi tocar corno ingles, que era su especialidad en Chile, en las orquestas lo buscaban para tocar el corno ingles… aquí se dedico a enseñar el oboe.
Una de las cosas de Jerez, era que enseñaba, flauta, oboe, clarinete y fagot, ya después casi todos los instrumentos, pero al principio a toda la manera.
En esa época muy pocos se dedicaban a la música. La idea era social, no se pretendía que los muchachos salieran músicos profesionales… la música como cultura y rescate social, fue el principio original del proyecto en Carora, que los muchachos ocuparan sus tardes aprendiendo música.
En diciembre del 75 organicé unos conciertos de navidad, en el Ateneo de Caracas, en ellos tocaron Hernán y Jaime, esa fue la única vez que dirigí a Hernán. Ahí me dí cuenta que Hernán hacía respiración continua o circular.
Cada vez que yo venía a Carora e iba a su casa, hablábamos y echábamos cuentos, íbamos a un restaurant en el que habían unas hamacas… la última vez que yo lo vi, en 2004.
Jerez murió el día de mi cumpleaños, el 25 de abril.
El era muy pragmático, con el oboe era muy metódico. Era un oboísta de envergadura.
El no era fagotista profesional, ni flautista, El aprendió para enseñar.
Cuando llegaron a Carora, alquilaron una casita, en la que estaban los hombres, antes de que llegaran sus esposas, y caminando por el pueblo y por la plaza, vieron una frutería en la que encontraron “bananas gigantes” (plátanos) con las que quisieron hacer unos batidos, ya que a los chilenos les encantaban los batidos de frutas, pensando que eran la fruta común, consiguieron al final un engrudo que les produjo diarrea por dos días, fue como su bautizo, fue como al segundo día de llegar aquí».
«Yo era un niño de 7 u 8 años cuando empecé en La Casa de la Cultura. Allí pasé toda mi infancia y adolescencia hasta que me fui a Mérida a los 17 o 18 años. Yo veía al profe como un señor mayor, canoso, pero supongo que rondaba los 40 años.
¿Qué cómo recuerdo al Maestro? En una sola palabra: paciencia. En dos: infinita paciencia.
Mis comienzos en La Casa de la Cultura de Carora fue, como ya lo mencioné, con el violín. No duré mucho en eso. Rápidamente me cambié a oboe. El profe Jerez era el profesor de todo, así que pasó a ser también mi profesor de oboe. Luego descubrí que ese era realmente su instrumento aunque, según él, se había convertido a oboísta por necesidad. En realidad había estudiado clarinete pero cuando quiso audicionar para una orquesta, le dijeron que la vacante disponible era de primer oboe. Y pues… se fajó, porque ganó el concurso y así se convirtió en oboísta. O al menos es la historia que recuerdo. Así pues, el profe era un clarinetista – oboísta que aprendió a tocar violín para enseñar. Más tarde descubrí que tocaba fagote (casi al mismo nivel que oboe), flauta y corno francés Como dije, él era el profe de todo y yo tuve la suerte de tenerlo como profesor de violín, solfeo y oboe. También era el director y arreglista de la orquesta infantil.
Siempre usaba fórmulas mnemotécnicas para el solfeo. La más conocida: “tó-ma-te-la so-pa”. Con ella aprendíamos a solfear las cuatro semicorcheas y dos corcheas de la primera lección del método de Suzuki para violín.
Aprendí de él absolutamente todo el proceso de fabricación de cañas. De hecho, a mis 30 años con el instrumento, aún sigo haciendo las cañas como él me enseñó. De poco ha valido los veinte y tantos profesores o colegas con quienes he intercambiado ideas sobre las cañas, pues sigo amarrándolas y raspándolas como él me enseñó. La otra persona que ha influenciado tanto en mí como lo hizo el profe en ese aspecto ha sido Jaime Martínez, quien fue mi profesor en Caracas, pero él es también alumno iniciado por el profe; así que te podrás imaginar … Una escuela muy fuerte.
Una clase con el profe la describiría como una versión viviente de la serie de libros “para dummies”. ¡El profe hacía ver todo tan fácil! Pero no entendí hasta mucho mas tarde, que eso era debido a su increíble paciencia. Lo que enseñaba era muy complejo, no sólo de enseñar, sino de aprender. Lo descubrí cuando yo mismo di mis primeras clases, más tarde. ¡No he conocido otra cosa más complicada y frustrante que enseñar! Hay que tener vocación y mucho tacto, sin duda. No es para cualquiera.
Mi mejor recuerdo fue cuando toqué un doble concierto de Albinoni, junto a Carlos Alberto Leal, acompañados por la orquesta que dirigía el profe. Allí, sin saberlo, ya estaba sentado las bases para lo que sería mi vida en el mundo académico orquestal.
El profe también influyó mucho en mi crecimiento personal. Es difícil ser más específico porque mientras más reflexiono descubro más aspectos en los que el profe, de alguna u otra forma, intervino.
Él era oboísta. Era su instrumento, así que soy afortunado de haber tenido al profe como iniciador del oboe. Qué suerte tuve, además, de ser iniciado por el mismo maestro que inició mi personaje ejemplar, Jaime Martínez».
«De Hernán uno no puede hablar la vida erótica por que no la tuvo, porque si la hubiese tenido todos hubiesen sabido.
Me di cuenta que él tenía una gracia especial, quería mucho a sus alumnos y los alumnos siempre le rindieron pleitesía y le querían porque era un hombre que siempre se porto bien, le gustaba de entretenimiento el futbol y el ajedrez, jugaba futbol muy bien, y jugaba ajedrez, ese era el punto que nos unía.
En el sentido pragmático Jerez era músico nacido para músico y muerto como músico. La parte económica, si bien le interesó fue en base a su existencia musical.
Siempre le agradó ser un señor que cumpla y haga cumplir los deberes y los derechos que él como ciudadano creía. Amaba Venezuela, amaba Carora. No hable mucho sobre Chile, porque no era un individuo tan muy metido a la política chilena.
Los profesores chilenos que llegaron acá hicieron una labor excepcional en los años 70. Cuando Hernán llego a Venezuela, desde Trujillo le mandaban las paletas para hacer las cañas. No trajo oboe, lo compraron estando en Carora. El compro sus maquinas desde acá con su dinero.
Yo llegue acá desde Bolivia, exiliados. Cuando llegamos ya se había fundado la casa de la cultura, por dos excepcionales personajes, Teresita y su esposo Juan Martínez. Siempre fui artista. Y en un momento decidí si seguir pintando o seguir haciendo daño a los pacientes. El médico no puede ser creativo.
La juventud es una enfermedad que pasa con el tiempo. Al llegar a Carora me recibió, quien era un músico excepcional. Me quedé con la idea de crear una escuela de bellas artes en donde pudiera dar clases privadas, Juan fue de los impulsores de la idea.
El talento provinciano sea musical, literal, o plástico, es un escape, es una forma de expresión, y el que la agarra, y el que se siente bien, expresa. Y la forma de expresarse del caroreño, es excepcionalmente bueno, idóneo… con familiaridad, y al mismo tiempo soberbia. Estos pueblos son pueblos pequeños pero con ingenios grandes, sobre todo Carora, ha ido formando su propia cultura.
Al momento en el que Juan Martínez se había separado del Orfeón de Carora, conoció a Sergio Miranda, que se ofreció a construir violines con la madera que tenían en el pueblo. Entonces Juan se fue con su camioneta a casa de todos los tíos, hermanos, a toda la viejera que conseguía:
-“Dame ese ropero, dame esa mesa… me voy a llevar esa silla”.
Algunos decían:
– Querido Juan, que favor me haces, llévate eso.
Pero otros decían:
– ¿Pero por qué?, si eso es de mi abuela.
– No, porque necesito, respondía.
– NO, pero ese es regalo de mi mama,
– No, pero es que esta bueno, ¡buena madera seca!
, comentaba.
Se debatían entre crear una venta de instrumentos (Vargas, Martínez, Miranda), pero al mismo tiempo armaron la parte infantil, ellos eran violinistas. Pero Llego Jerez con un dogma distinto, que era el oboe. Un instrumento sumamente difícil, primeramente que uno tiene que aprender a respirar, yo veía a mi hijo Daniel, y era una locura, se ponía con un papel en la pared, a soplarlo, ¡para que no se callera!… Y cuando empiezas a buscar la parte artística del instrumento, más se complica.
Juan y Jerez se llevaban muy bien, el era de familia judía, porque por su madre apellidaba Klopfer que en alemán significa ‘el que toca’. Los hijos apenas llegaban desarmaban las cosas a ver como eran.
Jerez es el primero en ir a Barquisimeto a hablar por la casa de la cultura, en busca de apoyo, con base en la paciencia.
El profesor es como una piedra de amolar, que cuando acuerda, ya se desgastó. Le gustaba enseñar a los niños, fue sumamente paciente.
Yo no me voy porque hago lo que me gusta y cuando uno hace lo que le gusta siempre hay gente que le gusta lo que haces, porque lo único que compran es la seguridad del otro.
El arte es una cuestión que no todo el mundo puede comprender, y cuando uno se enamora del arte, es lo que el nombre indica, uno se enamora, uno pierde parte de la consciencia real que nosotros denominamos realidad, y entras en otro tipo de actividad y en ese tipo de actividad difícil tanto de describir como de pintar, o de tocar, uno tiene que servir.
Yo tengo 81 años, y digo que mi vejez va a empezar cuando ya no pueda aprender nada.
La familia y la cultura es lo que queda cuando ya no queda nada.»
«Yo tuve el privilegio de ser su único alumno por los dos primeros años que estuvo en Carora. El maestro Jerez para mí lo representa todo. Cuando murió mi papa yo pensé que no iba a volver a resentir ese dolor de perder un padre. Pero cuando murió Jerez fue el mismo dolor, Jerez para mí fue no solamente el oboe sino la apertura a un hombre inmensamente culto, inmensamente dulce, un pedagogo, el mejor, a pesar de que tuve los mejores maestros del mundo. El mejor, a pesar que tuve los mejores maestros del mundo, Pierlot, Maurice Bourges, Lido Guarnieri.
Yo siempre consideré que el mejor maestro del mundo de oboe era jerez, no solo por el oboe, que necesariamente era muy bueno, sino por su pedagogía, era un hombre que utilizaba el oboe para abrirle a uno el mundo de la cultura y de oportunidades. Jerez me enseñó a mí a jugar ajedrez, me enseñó a nadar.
Yo creo que es providencial que el haya llegado huyendo de Pinoche del golpe y haya llegado a Carora con su maltincito negro y su flux porque en Carora a casi 40° el hombre, el Profe llegaba a darme la clase en traje con corbata, imagínate tu -con su maletincito de donde sacaba un oboe con el que yo empecé que era su propio oboe- realmente es indescriptible esa relación. El estaba adosado a mi familia, a mi papa, eran grandes amigos, tenían grandes reuniones hasta las 2 de la mañana cuando estaban creando la primera orquesta infantil del país que fue la que de alguna manera dio origen del Sistema».
«Hernán Jerez tenía una gran personalidad y humanidad, un buen y cordial trato, de hablar suave y pausado. Muy rara vez se le veía enojado y alterado. Era un excelente músico, procuraba la excelencia de sus alumnos.
Era muy sistemático y organizado con el programa, pero al alumno que le veía talento lo llevaba más rápido. Procuraba que el alumno sacara desde el principio calidad en el sonido del instrumento. Yo empecé en la música con la flauta, de ese instrumento me dio algunas clases.
Lo conocí en el año 1971 al fundarse el núcleo del Tocuyo de la Orquesta Nacional Juvenil. Yo tenía 11 años, nuestra amistad se extendió hasta su deceso en el 2005.
Él dirigió algunos conciertos donde, en forma conjunta, tocábamos la Orquesta del Tocuyo y la Orquesta Juvenil de Carora que él dirigía entre 1977 y 1983.
Lo que más recuerdo del Maestro Jerez es sin duda su pasión por la enseñanza, por ser más amigo y guía que profesor. Su compromiso con la música y por quedarse en Carora aun sabiendo que en otras ciudades podría estar mejor.
Le gustaba desde luego la sonoridad tan especial del oboe, pero también las posibilidades del instrumento de poder hacer ensambles con los otros instrumentos. Le encantaban especialmente los conciertos de oboe de Albinoni, Haydn y Mozart.
En un momento triste, cuando sabía que lo habían botado de la Orquesta Juvenil por una retaliación que hubo, no solo contra él, sino con todos los profesores que vivían y trabajaban en Carora. Fue a su última clase un sábado en el Tocuyo y todos sabíamos qué pasaba, pero él no dijo nada, solo dio sus clases normalmente, como si nada pasara y hacia el final de la mañana comenzó a tocar el solo de oboe de la Sinfonía heroica de Beethoven y nos comentó que en la época más ruda de la dictadura en Chile, cuando algún músico faltaba a un ensayo o a un concierto, todos sabían que a ese colega lo habían desaparecido o no lo veían más, y tocarle esa marcha fúnebre del segundo movimiento era una forma de rendirle homenaje a su memoria. Agregó que nunca llegaban al final del movimiento, porque uno a uno, se iban quebrando y abandonando el lugar; en ese momento nos dimos cuenta que el Maestro Jerez, de una forma simbólica, se estaba despidiendo de nosotros en el Tocuyo. Eso fue en el año 1983.
En lo personal me conmovió mucho la ceremonia que se le hizo en la sede de la Orquesta en Carora cuando murió en abril de 2005. En ese momento, porque le hicieron un rito fúnebre masón fue que me enteré que el Maestro había pertenecido a esa logia. A su entierro asistió mucha gente, incluso vino de Caracas el Maestro Abreu y como cosa muy rara en Carora, esa tarde cayó un torrencial aguacero».
«Me enseñó lo básico del solfeo. Una de sus formas de enseñar era incentivarte con su espectacular carisma y amabilidad. Había muy buena energía en sus clases.
Él te enseña y transmitía desde lo musical hasta lo humano. Recuerdo el cariño con el que trataba a las personas, cuando algo no te salía o te bloqueabas, él no te regañaba, te apoyaba y te daba palabras de aliento para que te sintieras mejor contigo mismo.
Su sonido, que era único, con un timbre dulce y muy noble, agradable al oído, a pesar de que el timbre del oboe suele sonar un poco feo al receptor. Siempre tenía ese sonido dulce.
Me enseñó las escalas, el método Sellner, los solos de la Orquesta Doralisa de Medina. Me acuerdo de que hay un solo que a él le gustaba mucho: la Polska alemana. Es como un vals, le encantaba ese solo y siempre lo tocaba.
Aprendí de él observando lo relajado y fluido que tocaba, sin tensión, parecía que no estuviera tocando, con los dedos suavecitos».
«Al profesor Jerez, le entendía que todo mundo podía tocar un instrumento si en verdad le gustaba la música.
Tenía gran sensibilidad musical, era amante del oboe y un gran pedagogo.
Sus clases eran entretenidas, explicaba bastante como tocar relajado, sin mucho refuerzo, pensando siempre en hacer música. Me explicó de como seleccionar las palas para oboe. Yo tenía 16 años.
Me insistía en que debía pensar siempre en hacer buena música y raspar muchas cañas!
Él maestro era muy amigable, pero exigente, también recuerdo que siempre ponía de ejemplo a Jaime Martínez».
«El maestro jerez hacia algo que nadie hacia, desarmaba el oboe en la primera clase. Para las clases utilizaba el programa de oboe de Lído Guarnieri. Usaba el pizarrón para dibujar la caña con las medidas. Punta en media luna, el corazón tenía que estar equilibrado con los lados. Yo me inicié con el clarinete hasta el 4to año de bachillerato, cuando inicié con él tenía 15 y el unos 43 años. El maestro jerez logró técnicas muy avanzadas de la escuela europea como respiración continúa, doble estacatto, que pedían en el conservatorio superior de París. Fue Oboe y corno inglés en la Orquesta Nacional de Chile.
El oboe le gustaba mucho, antes de tocar hablaba de la historia del instrumento, hacia que todo el mundo quisiera tocar el oboe mas que nada.
Una vez fui a Carora y lo encontré tocando fagot en un quinteto de vientos. Halagaba mucho “Si tuviera tu talento yo hubiera sido un gran oboísta”, decía. Te explicaba 100% todo, era como un médico. En mi casa nos reuníamos y hacíamos parrilla con todos los oboístas. Era un gran jugador de Ping-pong.
Una vez hicimos un torneo, él agarraba la raqueta como un japones y yo como los franceses, fue jugador campeón en Chile. Éramos como familia, como decir mi segundo papá.
Fue mi padrino de bodas. Desarrolló esa relación con muchos de sus alumnos. Víctor Morles, me dijo una vez: “somos como hermanos porque somos alumnos de Jerez”. La Lutheria, el oboe, las cañas, todo fue enseñanza de Jerez. Recuerdo que tubo un instrumento, un Rigouthat, que consiguió con el maestro Guarnieri. Para las ocasiones importantes él me prestaba el instrumento y me decía: “con el repertorio incluido”, »
«Yo tenía entre 11-12 años, él casi 70. Fue un seminario que organizó Jaime Martínez por la cátedra nacional de oboe, él era facilitador. En Maracay estado Aragua, era un seminario de base técnica, un taller donde daba a varios la base de respiración y postura, relajación, las cosas básicas. Empecé a trabajar en la posición. Yo era muy niño. Sus clases eran muy didácticas, trataba muy bien a los niños, era muy lúdico, muy atractivo, muy sugerente para hacer el trabajo con los niños. El método era ser mas amoroso.
Era un hombre muy sensible y vino abnegado a darlo todo. Era alto y fuerte. y de carácter tranquilo».
«Para él, el ser humano era lo primordial, la música era completamente secundaria. Fue un ser fenomenal, nos puso a muchos por el camino del bien, con su ejemplo, sus acciones eran mas importantes que su forma de enseñar, porque era una persona que todos sabíamos que hacia mucho sacrificio para llegar a donde estábamos y venia de pasajero, él se venia de Coro, otras veces de Barquisimeto, venía de Carora, pero nunca lo veías de mal humor, ni quejándose. Parecía un monje a la hora de enseñar, y su carácter era noble.
Como maestro se adaptaba a cada uno de los alumnos, por ejemplo, habían alumnos que eran un poco más flojos, y el estudiaba con ellos. Habían alumnos que ya veníamos preparados y el seguía insistiendo en el avance. Pero el no tenia una forma única de enseñar el oboe, como me enseñaba a mi no era igual a como le enseñaba a otro, dependía del carácter del alumno.
Impartía clases de fagot en Acarigua también, pero solo posiciones básicas, yo toque fagot un tiempo pero porque había una necesidad de fagotista en el núcleo. Entonces hicimos un quinteto y yo termine tocando fagot, pero el maestro era como autodidacta a la hora de aprender: el clarinete, la flauta, el también aprendió violín, hizo muchos cosas, pero a mi solamente profesor de oboe. Yo tenia 15 años cuando comencé era el año 1888.
Recuerdo claramente que él hablaba mucho de su maestro que se llamaba Pedro Coquiararo, y creo que también fue el maestro de Lido Guarnieri.
En mi primera clase el me dijo al final: “desarma el instrumento”, como pude lo hice. Luego me dijo “vuélvelo a armar”, y el instrumento no me sonó para nada. Entonces ahí me enseñó a ajustar el oboe, tornillos, agujas, todo ese tipo de cosas. En la segunda clase, desarmados el oboe completo con destornillador, quitar todo, volverlo a poner y por supuesto no sonaba nada, así me enseñó como ajustar el oboe.
No toqué con él. El único momento que tocábamos era en clase. Teníamos un método que mostraba la linea del alumno y debajo la linea del profesor, entonces tocábamos en las lecciones, pero nunca un concierto, no tuve ese privilegio.
Sin duda alguna, una clase con el maestro Jerez era inspiradora. Me motivaba, tenía la sensación que mejoraba y mejoraba. Fue mi principal inspiración para decidir tocar el oboe. Me dijo que Yo podía ser bueno y me lo creí. En un tiempo viví en Mérida, viajaba a Caracas, recibía clases y me iba a Barquisimeto para estudiar con él. Tiempo después llego un momento en que Yo viajaba a Carora a verme con él, nada mas, a comer, a hablar con su esposa, con sus hijos, y a compartir, y esas fueron realmente las clases mas importantes.
En sus clases se hablaba mucho: comida, política, historia, de cómo se creó la orquesta infantil de Carora, habían chistes. Se hablaba de cualquier cosa, algunas veces teníamos visitas, no era solamente una clase de oboe El Maestro tuvo una manera muy particular de impactarme. Fue muy bondadoso, nunca lo vi quejarse, nunca lo vi diciendo algo negativo, siempre estaba en el mejor animo, siempre tenía la mejor de las disposiciones para cualquier cosa. Lo que yo mas puedo recordar es que el maestro murió en el 2005, y yo volví a Venezuela en el año 2006, y Jaime Martínez organizó lo que hasta ahora ha sido el primer concurso nacional de oboe que llevaba por nombre Hernán Jerez, y yo me gané el primer lugar. Allá en Carora, junto a sus hijos y su esposa, fue un momento inolvidable para mi.Recuerdo que tenía un rigoutat, y nunca andaba sin el oboe, nunca. Cuando podía soplaba un par de notas, recuerdo que tenía un sonido sumamente dulce y un stacatto extremadamente rápido, tenía un doble staccato increíble, tocaba la Scala di seta extremadamente limpio, era como si él lo hubiese escrito, una persona que te dabas cuenta que no estaba en forma, pero cuando agarraba el oboe era otra cosa.
Hablaba muy bien del maestro Lido Guarnieri, de Holliger y Jaime, de como se había desarrollado y evolucionado en el oboe.
Cuando agarraba el oboe tocaba mucho Handel, Bach, tocaba muchas cosas del barroco, Vivaldi. En el núcleo no teníamos corno ingles».
«Yo comencé con flauta dulce a la edad de 8 años en 1982. El maestro tendría unos 42 años cuando comenzó a darme clases.
Era una persona cuyo principal interés fue brindar a los niños su paciencia y dedicación para facilitarse el proceso de aprendizaje en el mundo musical. Una persona sencilla, con un desapego a lo material.
Consciente de alimentar el espíritu siempre analizábamos algunas temas de los seres humanos y su capacidad de negociación para solucionar sus diferencias.
Al comenzar una lección siempre decía “En este momento tienes 20 puntos”. Luego íbamos restando entre los dos al no cumplir con los reguladores, las pausas, errores de digitación, entre otros.
«Comencé a los 16 años a ver clases con el Profesor Jerez, muy amablemente me facilitó el método y desde el primer contacto hasta el último fue muy cordial, muy buena gente y muy espiritual. Había clases donde no tocábamos el oboe y hablábamos de música, literatura, historia, cosas personales. Era maestro en todos los sentidos.
Su sonido era precioso, muy bonito. No era estridente, ese que se busca modernamente para proyectar, era un sonido a madera que es difícil de lograr.
Tenía mucha paciencia. Ejemplarizaba las clases, con los programas y la bibliografía del Conservatorio Superior de París, complementado por métodos americanos. Explicaba los solos de las orquestas. Nosotros los docentes tratamos de trabajar como él lo hacía.
Sobre las cañas me enseñó todo, desde la mata. Yo iba con él a Río Tocuyo, cerca de Carora, donde cosechaba las cañas. En las márgenes del río hay muchísimas cañas. Siempre me fascinó el proceso de las cañas y tenía más tiempo que él para experimentar, me fijaba mucho en la coloración, la textura y el brillo del esmalte para clasificarlas. Con solo verlas ya sabía cuál iba a funcionar. No teníamos máquinas.
Me hace falta hablar con él. Empezó como un profesor, luego fue un papá y terminamos como hermanos porque intercambiábamos muchas cosas. Mi personalidad está muy influenciada por él, era muy buen ejemplo. Nunca lo vi molesto».